La pequeña gran historia de un hombre como tantos
Gentileza
del Diario la Arena
De los que lucharon contra todas las dificultades, y que
pudieron aprovechar oportunidades que algunas personas generosas les pusieron
en el camino.
"No sabés cómo me entrenaba! ¡Me mataba en el gimnasio
y soñaba conque iba a ser campeón del mundo!". El hombre, físico grandote,
pinta de ex boxeador, el pelo rubio, la nariz apenas aplanada, las manos
inmensas y toscas que revelan el trabajo rudo que hizo toda su vida, hoy sonríe
ante aquella remembranza.
Enrique Ismael Kistner (60) es un laburante del rubro de la
construcción, que empezó como peón de albañil y ahora tiene -con su hermano
Angel- una empresa que cuenta con más de 40 empleados. En estos tiempos se
podría decir que es un pequeño empresario al que, sobre la base de trabajo y
más trabajo, le va "más o menos bien".
"No merezco una nota. Hay gente que ha hecho muchísimo
más que yo", dice con humildad. Y entonces hay que explicarle que tiene un
cúmulo de cuestiones para destacar, en esta actualidad en la que se duda tanto
de cuáles son los verdaderos valores y convicciones que hay que tener para
vivir. Es que su presente, aunque sea como el de tantos, tiene el valor del
esfuerzo y, además, es una persona bonachona a la que la va bien. Un ex
deportista que soñaba con ser campeón del mundo, pero a quien la realidad lo
obligó a dedicarse plenamente al trabajo.
Linda historia.
"Sí, a lo mejor es una linda historia la mía, y la de
mi familia", admite luego El Ruso mientras me recibe en su coqueta casa de
la calle Duarte, casi Circunvalación Este.
Cuando empecé a pensar en esta nota lo vi subiendo al Ruso a
una flamante camioneta Toyota, que podría hablar de su buen presente. Ante una
broma que le hice en ese sentido, Enrique no dudó en mencionar "cuando
andaba por toda Santa Rosa con una vieja citroneta, llevando los baldes, las
cucharas de albañil, los tablones y todos los elementos. Pero antes, peor aún,
me recorría todo en bicicleta preguntándole a los vecinos si no querían que les
arreglara una vereda, o un tapial. Así que esto de la camioneta de hoy está
bueno, pero no me olvido de aquello...", me aclara.
Familia supernumerosa.
Enrique Ismael Kistner tiene cuatro hijos. Enrique Javier,
"Lalo", (38), reconocido futbolista de diversos clubes; Gabriela
Soledad (33), Aluminé (25) y Joaquín (10), y dos nietas, hijas del mayor, Alu
(5) y Anto (4).
Explica que si bien nació en Santa Rosa, cuando todavía era
muy chiquito fue con toda la familia a vivir a un campo, "El destino"
se llamaba, y cuando tenía 5 se fueron a Eduardo Castex. "Estuvimos en una
quinta donde el viejo tenía algunos animalitos, y todos teníamos que hacer
algo".
Es que Dionisio Acevedo y Apolonia Kistner iban a tener nada
menos que 13 hijos. Anorato, Jesús, Julio, Ángel, Enrique, Irma, Selva, Chola,
Pety, Lidia, Quilpa y Mary. "Uno falleció cuando chiquito", explicó.
Pero no sólo eso, porque El Ruso tenía 16 hermanos por parte de la mamá, y el
papá aportaba otros cinco tíos, todos uruguayos incluido Dionisio.
"¿Sobrinos y primos? Que se yo, seremos unos 1.100", exagera, pero no
tanto.
Familia de dos apellidos.
"¿Por qué el apellido de mi mamá? Porque el viejo al
final fue cómodo: cuando mamá estaba por tener familia y vivíamos en el campo
se venía sola a Santa Rosa para el parto, así que nos anotaba con su apellido.
Eso pasó con los más chicos, porque los mayores son Acevedo... La vieja le
planteaba a papá que tenía que venir al Registro Civil a darnos el apellido, y
él contestaba que le dijera al juez que éramos hijos de Dionisio Acevedo... y
mamá le decía que iba a decir que éramos hijos del general Perón", explica
la situación.
En Castex llegaron a vivir en un stud, que los padres
acondicionaron como podían. "Mis hermanas empezaron a trabajar como
sirvientas, mis hermanos mayores como peones de albañil, y a mí con 10 años me
tocaba ser boyero... cuidaba vacas en la calle y me pagaban dos litros de leche
por día y 5 pesos por mes. La verdad es que no pasamos hambre porque la vieja
hacía de todo: polenta con leche, arroz y fideos con leche, sémola... pero
además esquilaba, lavaba la lana, la teñía, nos hacía la ropa y también amasaba,
hacía queso y manteca. De todo... La vieja era increíble, y para mí fue un
apoyo toda mi vida". Y el hombre fortachón, el que era un rudo boxeador,
un laburante de todas las horas, no puede evitar taparse los ojos y llorar.
Mansamente, como lloran los hombres grandotes... se me ocurre.
"Perdoná", me dice sin darse en cuenta que lo
único que hizo, en realidad, fue mostrar su nobleza. La que torna más hombres a
los hombres.
¡No tenés maestro Gorosito!
El Ruso cuenta que aunque fue a la escuela hasta los 12 ó 13
años nunca aprendió a leer ni escribir. "Era vago, y no aprendí nada. Pero
a los 14 años me agarró Ricardo Nervi y me convenció que tenía que volver a la
escuela. Él me enseñó a leer y escribir en la escuela nocturna, así que te
imaginás como le agradezco a ese hombre". Pero el poeta le dejó además
otra enseñanza: "No hay otra, hay que estudiar, es el único camino, y se
lo digo siempre a mis hijos, y mis nietas tendrán que hacerlo. Creo que hay que
practicar deportes porque es lo que mejor forma al hombre, pero además
estudiar. Y me parece que el gobierno se tiene que hacer cargo de que sea
así", reflexiona.
Del albañil al "constructor".
Después cuenta que gracias, otra vez, a Miguel Campanino, a
los dos días de llegar a Santa Rosa ya tenía trabajo: "Me llevó a verlo a
Totó Scarpello y empecé a trabajar. Tenía muchas obras, y me tocó en la
construcción de Canal 3, en la
Cámara del Crimen (en realidad se refiere a lo que hoy es el
edificio del Superior Tribunal), y en la Seccional Primera.
¿Sabés que ahí las primeras paladas de tierra las dimos con el viejito Aymú?,
sí, el papá de Juan Carlos, el futbolista", rememora.
Fueron épocas de muchísimo trabajo, de aprender el oficio, y
también de acceder a verdaderas lecciones de vida. "Te conté que tenía una
radio que usaba para saber la hora, y una sola vez me dormí... ¿Y sabés qué
pasó? Llegué 5 minutos tarde y le expliqué a 'Tani" Scarpello que me había
dormido... No te hagas problemas, me dijo mientras pasaba una mano por mi
espalda: 'mañana si te volvés a quedar dormido no te preocupes... es más,
quedate a dormir hasta las 12, y a la tarde pasá a cobrar. Fue suficiente,
nunca más me dormí".
Solidaridad.
Enrique es un hombre solidario, y en su formación reconoce
ejemplos que lo hicieron crecer como persona. "Esto que te voy a decir
quiero que lo pongas: yo estaba trabajando en una casa de la calle O'Higgins y
tenía ganas de comprarme una camionetita para llevar todas las cosas del
trabajo, había pedido un crédito en el Banco Pampa y me tenían a las vueltas.
La señora de la casa me preguntó qué me pasaba y le conté. Mañana a las 12
vamos a ir al banco me dijo, así que al día siguiente, todo lleno de cal y bien
de laburante fuimos. Habló con alguien y a los 10 minutos me habían concedido
el crédito y me pude comprar la camioneta. La señora que me salió de garantía,
casi sin conocerme, era Rosalba D'Atri, y siempre le voy a estar
agradecido", apunta.
Quizás porque tuvo mucha gente que lo ayudó El Ruso es un
hombre solidario: "Si hay que dar una mano siempre estoy. No me
borro", asegura.
Campeón de la vida.
El hombre que soñaba con ser campeón del mundo quedó lejos
de esa ilusión, pero bien podría decirse que es un campeón de la vida. Un
título que no se otorga formalmente, pero al que no todos acceden: "Tengo
una gran familia, una compañera excepcional, Graciela Suquía, que me contiene
en los momentos difíciles, y por allí cuando miro hacia atrás me quedó una
cuenta pendiente con lo del boxeo. Yo quería ser alguien en la vida, y ese es
mi sueño incumplido, pero por lo demás puede decir que soy muy feliz... muy
feliz".
"Además tenemos trabajo" -su empresa tiene obras
en General San Martín y Colonia Barón-, "y puedo decir que dentro de todo
estamos bien. Pero todo cambió mucho... me acuerdo aquella vez que llegué `5
minutos tarde con Scarpello y veo que ahora se saben todas las leyes: llegan
tarde y te dicen si querés echame. Pero cuidado, porque también hay laburantes
que quieren progresar, que son responsables, y que también quieren ser alguien
en la vida".
Vaya si tenías historia Enrique. Digna de ser contada, y
conocida... claro que sí.
El campeón que no pudo ser.
El Ruso Kistner hizo 40 peleas como aficionado, ganó 35,
empató 3 y perdió 2. Se puede decir, una buena campaña, aunque no llegó a
profesional. "El primer día que llegué a Santa Rosa, con 18 años, no sabía
dónde iba a vivir y fui derecho a Fortín Roca... Quería ser boxeador, así que
me presenté a Chito Teves y Vicente Espinosa diciendo que quería entrenar. ¿Que
dos maestros me tocaron", rememora.
Y cuenta : "¿Sabés quién estaba escuchando cuando
hablaba con ellos? Miguel Campanino. Él ya era figura y campeón argentino, y me
preguntó si tenía dónde vivir... y no. Todo el día anduvimos con su Peugeot 504
nuevito hasta que conseguí una piecita donde llevé un colchón. Como sería la
pieza que me tenía que agachar para poder entrar. Mi mamá me había dado, cuando
me vine de Castex, un candil a kerosén, porque no tenía luz eléctrica y una
radio chiquitita que dejaba toda la noche prendida para escuchar la hora al
despertarme", sonríe hasta con cierta nostalgia. "Vos sabés que en un
tiempo mis hermanas quisieron que me fuera a Buenos Aires para conseguir un
trabajo mejor, y anduve haciendo boxeo en Unidos de Pompeya, en el bajo Flórez,
y dos veces en la semana hacía guantes en el Luna Park. Ahí conocí a Monzón y
Nicolino, los dos más grandes. Y hasta me tocó hacer guantes con Hugo Cuello,
que era campeón del mundo".
Un día decidió volverse e hizo muchos combates, sobre todo
en el interior, y como preliminarista de los grandes como el propio Zorro
Campanino, Golepa Cabral, Mario Paladino y Walter Gómez. "Fueron momentos
hermosos, pero a los 31 años decidí que ya estaba bien, y dejé".
Silbando bajito.
Una noche en Fortín El Ruso era árbitro, y en primera fila
del público estaban Vicente Cejas, Carlos Fortuna y Jorge Schaab. Cuando se
produjo la caída de un púgil Kistner contó, y a los cuatro segundos el hombre
se levantó. Se oyó clarita la voz del Negro Cejas: "Menos mal, porque
sabés contar nada más que hasta 5". Las risas del estadio
"enloquecieron" al Ruso que advirtió: "Cuando baje los c.... a
trompadas". Faltaba un round, y silbando bajito, los chistosos caminaron
hacia la salida. No vieron ni la pelea central que venía después. "Me
enojé un ratito, nada más", se ríe Enrique ahora.
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