Por Gustavo Nigrelli
La ausencia de “maestros” es uno de los principales problemas del boxeo argentino. Más allá de la calidad de los actuales y el corte de la cadena de transmisión de conocimientos generacional, sufre la falta de actualización de un modelo viejo, no aplicable a estos tiempos.
Que en el boxeo argentino hay escasez de maestros, es una verdad que se confirma cada vez que se piensa en alguien para dirigir los destinos del seleccionado nacional.
Se escucha en cada mesa de café o reunión de entendidos, cuando se analizan los orígenes de una crisis, hoy tapada por figuras aisladas que, aunque tengan repercusión, serán tan efímeras como la luz que ahora irradian.
Se nota en que cada vez salen menos promesas de nivel internacional, y en que pasan verdes al profesionalismo –algo comprensible en el apuro por ganar plata-.
También en su precario estilo técnico, que algunos compensan con sus condiciones naturales como la pegada, en el mejor de los casos.
Se oye en las repetitivas indicaciones de los rincones, cuando la orden que parte de allí es siempre la misma, sea quien sea el dirigido, y sea quien sea el rival:
“¡Trabaje!”, “¡primero usté!”, “¡izquierda en punta!”, “¡llévelo!”, más a modo de arenga que de táctica, como si la estrategia fuera una sola para todos y se tratase de robots mecanizados e idénticos.
Se ve en el minuto de descanso, en las señas que los DT hacen frente a sus pupilos, que los miran sin mirar, y no comprenden por qué se ponen a boxear con el aire tirando rectos: 1-2-3-4 en seguidilla, siempre lo mismo, ya sea ante Tyson como ante Alí, pase lo que pase dentro del ring.
Y se advierte en el hecho de que en la FAB están esperando que se retire Omar Narvaes para ponerlo al frente del equipo amateur, porque los que hay hoy son muy grandes, o muy jóvenes, o no poseen las condiciones requeridas, o no quieren dejar a sus profesionales, o no quieren venir de sus provincias.
Hace unos años se debió recurrir a un extranjero como el cubano Sarbelio Fuentes -ya desgastado-, pero al irse no hubo sucesor, al punto que se debió echar mano a un DT profesional avezado como Julio García y adaptarlo a un plantel y reglas 90 % amateur.
Así como hay árbitros/jueces exclusivamente para el amateurismo y otros para el profesionalismo, lo mismo debería ocurrir con los técnicos.
Del curso de DT que se dicta cada año en la FAB, tras efímeros 12 meses y aprobar un examen, sale de pronto gente con una licencia que los habilita para formar boxeadores y subirse a un rincón, cuando en realidad debieran “llevar el balde” al menos 5 años –como se hacía antes- para aprender la parte práctica de la profesión, e incorporar las enseñanzas, más que de su maestro, del boxeo en sí.
¿Pero quién se banca hoy en día esa “residencia”, casi sin cobrar un peso, o cobrando migajas cada vez que hay una pelea un viernes o sábado por la noche en la loma del diablo? No es precisamente lo que se dice, un negocio seductor, máxime teniendo en cuenta que luego se tarda 4 años en formar a un boxeador sin ver una moneda.
Habría que decir entonces sin eufemismos, que la carencia de maestros, junto a la división de mánagers y la falta de sponsors, es uno de los mayores problemas de la actualidad en el boxeo argentino.
De allí que hay que aggiornarse. Ya pasó el tiempo en donde el DT se levantaba a las 5 de la mañana para ir a entrenar a su pupilo y seguirla luego por la tarde, le hacía la parte física y la técnica él solo, formándolo desde el amateurismo hasta su pelea final, incluido título mundial, si se diera.
Apenas algún caso aislado como el de Mario Tedesco con Raúl Balbi primero, con César Cuenca después, y ahora con Yamil Peralta apuntando hacia el estrellato, reivindica aquella costumbre con éxito –exceptuando el boxeo femenino-.
Se acabó la época en donde el DT de un profesional era el mismo que el de amateur. En el boxeo de elite, dentro del profesionalismo está aquel que sube al rincón para dirigir en la pelea grande, y el que entrena en el gimnasio. Incluso está ése a quien se acude para prepararse para un compromiso, cual academia particular.
Amílcar Brusa hizo eso durante mucho tiempo aquí en la FAB. Ya no formaba más pibes que venían de la calle, sino que subía con aquel que peleaba por el título, o bien entrenaba a aquellos de elite que le daban, proyecto que fracasó más por un Brusa desactualizado que por el proyecto.
Los argentinos con ciertas chances, hoy en día ante una parada brava van a USA o a México, ya sea para guantear, o a ponerse en manos de algún DT de moda como Robert García o Nacho Beristain, o específicamente a Oxnard, California, ya sea con Maravilla Martínez o el propio García, que tienen campamento allí.
En la educación tradicional está quien enseña a leer y quien enseña a pensar. Y no es lo mismo un maestro de la Primaria que otro de la Facultad. Hay niveles de aprendizaje, sin que uno sea mejor ni peor.
Sucede en fútbol y en cualquier deporte, salvo en boxeo. Uno es el DT de la 9ª, otro el de la 1ª y otro el de la Selección.
Incluso en tenis -deporte individual si los hay-, está el que enseña a pegar el drive en el club, y luego el que entrena y guía en el circuito profesional.
El boxeo aún se aferra al tradicional formato matrimonial. ¿Qué pasa con el púgil que tiene la mala suerte de caer en manos de un DT inexperto, poco capaz, o que no le gusta?
¿No llegó la hora de dividirlo en sus diferentes etapas? Coordinar desde la FAB un plantel de DT’s de formación inicial –amateurs-, que se dediquen sólo a formar. De profesionales que pasen a otras manos, más allá de que luego puedan acompañarlos en su rincón, y –por supuesto- cobrar su porcentaje correspondiente por derecho de formación.
Que la licencia se renueve anualmente y el modo de ascender sea por su antigüedad y continuidad, además de los púgiles que forme y lleguen. ¿Serían capaces de organizarse de esa manera, o prevalecerá su ego?
Fuente: http://revistaringdeideas.com/2014/04/ko-tecnico/
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