Caminar chaplinesco pisando casi con los talones, la mirada
altiva, el pecho al frente, la palabra fácil, el gesto arrogante. La imagen de
"fanfa" que es nada más que una máscara para esconder al tipo simple
y tranquilo. La piel oscura en la que apenas se adivina alguna que otra herida
lejana, el cabello peinado hacia atrás, "a la gomina", los ojos
pequeños y la nariz chata que denuncia su pasado de boxeador. Gerofildo Macedo
anda por las calles de Santa Rosa y a cada rato recibirá el saludo afectuoso de
su gente -muchos que él no conoce, pero que sí saben de él-, y devolverá con un
gesto o una palabra. "Chau Gerofildo...", le gritará alguien y él
responderá con un insulto: "Andá a la p... que te parió".
Es parte de un juego que se acostumbró a jugar desde que era
un pibe, cuando un amigo, allá en Villa Regina le dijo que su apodo debía ser
ése, "Toscanito", el protagonista de una película, "El hijo de
la calle", que vio por entonces. Que así se reinvidica siempre nuestro
"Toscanito". "Es que la calle fue mi escuela y mi maestro el
rigor", le dice al periodista en tono filosófico.
Boxeador, árbitro de boxeo -"el primer pampeano árbitro
nacional e internacional", reafirma como para que se registre y aparezca
como un dato indiscutible-, lustrador, caramelero en un cine, empleado de la
administración pública (hoy jubilado), mozo, masajista de equipos de fútbol,
vendedor de rifas y empedernido jugador, ese es "Toscanito".
"Si, la timba fue mi vicio desde siempre, porque cuando boxeaba ni fumaba
ni tomaba", aunque ahora sí consume dos atados por día para desatar las broncas
de María Inés Villarreal, su esposa desde hace más de 50 años.
¿Cómo hizo para aguantarlo, señora? Y responde María Inés:
"La verdad, no sé. Un día, cuando éramos novios me dijo que el domingo nos
veíamos y volvió a los 5 años", reprocha la mujer que lo
"aguantó" durante medio siglo, y con la que conformó una familia que
hoy tiene seis hijos y nada menos que 15 nietos. "Familia numerosa"
dice, y sonríe el protagonista.
¿Cómo empezó todo? Nacido en General Acha, su familia se
trasladó a Villa Regina y allá fueron los padres y 13 hermanos. "Mi viejo
era obrero, y nosotros hacíamos un poco de todo... yo era lustrador y me
gustaba el fútbol. Me las rebuscaba bien como wing derecho, pero un día me
peleé con un compañero, le metí un 'bollo' en la boca y resulta que más tarde
me dijeron que le había pegado al hijo del comisario. Después nos hicimos
amigos, pero no jugué más. Hasta que apareció el boxeo... fuimos a ver un
entrenamiento, me 'empuaron' para hacer algunos rounds con un pibe que estaba
entrenando y la verdad es que me dio bastante. Pero como bien porfiado que soy
ahí nomás empecé a entrenar y a los pocos días le di una paliza. Más tarde vino
mi primera pelea, en Temuco, Chile. ¿Qué tal? Internacional en la primera
pelea", se ufana este Macedo auténtico.
"Tongo" no reconocido.
Anduvo de aquí para allá, peleando cuántas veces se lo
propusieran y ganándose la vida de esa forma. Confiesa 206 peleas como amateur
-incomprobable-, siete de ellas con su gran amigo Federico Ferreyra.
"Resulta que él también era de Acha y un día cayó por Regina. Vivíamos
juntos e hicimos varias peleas".
Y se mandaron un lindo "tongo" una vez, refiere el
periodista. "No, no hubo tongo", reniega ahora Macedo. "Sí es
cierto que habíamos arreglado para empatar en Ingeniero Huergo, pero en un
momento dado el Chueco me dice: sentí esa mano 'Toscano'... y ahí empecé a
darle, y le gané. Así que no hubo tongo. Eramos amigos, tan amigos que nos
volvimos caminando a Regina por las vías del tren. Eran otros tiempos",
arroja una voluta de humo que sigue con la mirada y dibuja una sonrisa
recordando una de sus tantas picardías.
Un día creyó que estaba para más y se decidió. Se fue a
Buenos Aires y empezó a entrenar en el Luna Park. Nada menos que 29 veces se
presentó en el mítico estadio. "Eran buenos tiempos para el boxeo, ganaba
bien, peleaba seguido. Me hicieron debutar en Montevideo, imaginen, la primera
y ya peleando afuera", vuelve el "fanfa".
Eran tiempos en que entrenaba junto a glorias del pugilismo,
como Roberto Castro -campeón argentino y sudamericano-, el cordobés Manuel
Alvarez, Ricardo González y Alfredo Bunetta, entre otros. Un día se decidió,
todavía joven y dejó el boxeo. "Tenía 25 años pero ya había andado mucho,
le había ganado a Roberto Arraigada el título de campeón pampeano en una pelea
bárbara", recuerda "Toscano", y "me volví del todo a Santa
Rosa", donde aún esperaba María Inés.
Renegando del Gerofildo.
"Conseguí trabajo en Agua y Energía como cadete, y en
1962 cuando se inauguró la Casa de Gobierno pasé a ser ascensorista un par de
años. Pero al poco tiempo me propusieron ir a mesa de entradas y allí aprendí a
escribir a máquina," rememora. Y cuenta también que un incidente lo
depositó en el Registro de la Propiedad, donde estaría hasta jubilarse con la
categoría 5.
Siguió vinculado al boxeo como árbitro, y se recuerda de él
su imagen severa -aunque pelearan sus amigos- y su figura espigada gritando el
clásico "breack", para que se aparten los contendientes y lo
escucharan desde las tribunas. De allí vendría el clásico "¡¡Gerofildo,
Gerofildo!!", que tanto dice aborrecer, y desde el ring la mirada dura de
"Toscano" para amonestar a los vagos que se divertían barato con su
bronca. Casi un clásico de cada festival en Fortín Roca.
"No me puedo quejar. Lo pueden ver, una familia
hermosa, mi casa... ¿si pude tener más? Sí, pero ya les dije, me gusta mucho la
timba y así perdí un terreno aquí enfrente y otro al lado de mi casa",
narra sin arrepentirse de nada. "Ya pasó, me crié solo, en la calle y tuve
de todo. Estoy conforme, me comporté con la honestidad que me enseñaron mis
viejos y siempre hice lo que quise, porque nunca me gustó que me tengan
enjaulado", apunta. Aunque María Inés le recordará lo que él nunca
confesará. Que alguna vez lo fue a buscar en un taxi a un boliche de la calle
Raúl B. Díaz, y al rato este personaje -aparentemente tan autosuficiente, con
pinta de ser un poco compadrito- caía compungido y con la cabeza gacha.
Por allí anda "Toscanito", vendiendo alguna rifa,
charlando con un amigo -aunque a él le gusta decir que son "sólo conocidos"-,
saludando a diestra y siniestra. Con la mano en alto y el saludo cordial al que
le grite "Chau Toscanito", o devolviendo una blasfemia al que lo
mencione Gerofildo. Tiene 74 años, una tos incipiente por ese cigarro que no
debiera fumar, y tres millones de anécdotas que podría estar días narrando.
"Toscanito", o Gerofildo, como prefieran.
Solamente un verano.
“Fuiste mía un verano, fuiste mía un verano, solamente un
verano…”. El hit de Leonardo Favio sonaba fuerte en todas partes, y los muchachos
lo canturreaban cada vez que aparecía el personaje, a la sazón su amigo, que no
era otro que el inefable “Toscanito” Macedo.
La escena se repetía en los pasillos de Casa de Gobierno,
donde solían encontrarse, o por las tardes en el gimnasio, o en cualquier calle
de Santa Rosa, porque son amigos de verdad. ¿Quiénes? Además de “Toscano”
claro, el extraordinario boxeador que fue Luis Horacio “Golepa” Cabral, “El
Oso” –o “Cacho”– Otero y “Chito” Teves.
“Fuiste mía un verano, fuiste mía un verano. Solamente un
verano…”, repetían divertidos al lograr la bronca inocultable de Macedo. ¿Por
qué, qué sucedía?
Cuentan, ellos cuentan, que “Toscanito” compró una heladera
–casi un lujo en aquellas épocas–, llegando a los últimos años de la década del
’60, en un céntrico comercio santarroseño. Dicen, los “amigos” de “Toscanito”,
que a los tres meses, “justito”, se la sacaron… por falta de pago. Diciembre,
enero y febrero “Toscano” tuvo su heladera. Solamente un verano.
Por eso el “Fuiste mía un verano, fuiste mía un verano…”.
Las rabietas de Macedo eran indisimulables, porque los atorrantes no perdían
ocasión, de alguna manera, de contarle a todo el mundo lo que afirmaban había
sucedido. Aún hoy “Toscanito” jura y perjura que aquello no fue cierto, y hasta
asegura haber pagado “hasta el último peso a un Ruso que vendía y compraba
heladeras. Miente ‘Golepa’, no es verdad lo que dice. Es más, al Ruso le compré
precisamente una heladera que le había vendido el mismo ‘Golepa’, así que era
usada, pero no le quedé debiendo nada”.
Ha pasado mucho tiempo, la vida casi, y mirando hacia atrás
uno no puede menos que sonreír ante la broma inocente de un grupo de amigos
que, en un mundo de furia y de golpes por doquier, encontraron una amistad
eterna. Aunque a “Toscanito” le siga molestando aquella estrofa de la canción
de Favio e insista conque nada de lo que dicen es cierto.
Pero “Toscanito” concretó, por esos días nomás, su venganza:
¿Qué hizo? Empezó a hablar por aquí y por allá del fallecimiento del Oso –otro
personaje querido de aquella Santa Rosa–, si cuentan que hasta el doctor Ismael
Amit y otros amigos interrumpieron su partida de naipes en el café El
Centenario para prepararse e ir al sepelio. Cacho Otero veía que lo miraban con
asombro, pero recién bastante después se enteraría que Macedo había decidido
tomarse revancha echando a correr una versión que era falsa. “Tan falsa como lo
de la heladera”, sostiene hoy, todavía, “Toscanito”.
Muere Gerofildo Macedo. Toscanito
A los 76 años falleció en Santa Rosa. Hay quienes sin
proponérselo, dueños de un anecdotario único, conocidos por todos, se
convierten en protagonistas. Boxeador,
árbitro de boxeo -”el primer pampeano árbitro nacional e internacional”, reafirma
como para que se registre y aparezca como un dato indiscutible-, lustrador,
caramelero en un cine, empleado de la administración pública (hoy jubilado),
mozo, masajista de equipos de fútbol, vendedor de rifas y empedernido jugador,
ese es “Toscanito”. “Si, la timba fue mi vicio desde siempre, porque cuando
boxeaba ni fumaba ni tomaba”, aunque ahora sí consume dos atados por día para
desatar las broncas de María Inés Villarreal, su esposa desde hace más de 50
años. Su esposa Inés contó : ” Un día,
cuando éramos novios me dijo que el domingo nos veíamos y volvió a los 5 años”,
reprocha la mujer que lo “aguantó” durante medio siglo, y con la que conformó
una familia que hoy tiene seis hijos y nada menos que 15 nietos. Nacido en
General Acha, su familia se trasladó a Villa Regina y allá fueron los padres y
13 hermanos. “Mi viejo era obrero, y nosotros hacíamos un poco de todo… yo era
lustrador y me gustaba el fútbol. Me las rebuscaba bien como wing derecho, pero
un día me peleé con un compañero, le metí un ‘bollo’ en la boca y resulta que
más tarde me dijeron que le había pegado al hijo del comisario. Después nos
hicimos amigos, pero no jugué más. Hasta que apareció el boxeo… fuimos a ver un
entrenamiento, me ‘empuaron’ para hacer algunos rounds con un pibe que estaba
entrenando y la verdad es que me dio bastante. Pero como bien porfiado que soy
ahí nomás empecé a entrenar y a los pocos días le di una paliza. Más tarde vino
mi primera pelea, en Temuco, Chile.
Internacional en la primera pelea”. Anduvo de aquí para allá, peleando
cuántas veces se lo propusieran y ganándose la vida de esa forma. Confiesa 206
peleas como amateur -incomprobable-, siete de ellas con su gran amigo Federico
Ferreyra. “Resulta que él también era de Acha y un día cayó por Regina.
Vivíamos juntos e hicimos varias peleas”. Un día creyó que estaba para más y se
decidió. Se fue a Buenos Aires y empezó a entrenar en el Luna Park. Nada menos
que 29 veces se presentó en el mítico estadio. “Eran buenos tiempos para el
boxeo, ganaba bien, peleaba seguido. Me hicieron debutar en Montevideo,
imaginen, la primera y ya peleando afuera”. Eran tiempos en que entrenaba junto
a glorias del pugilismo, como Roberto Castro -campeón argentino y
sudamericano-, el cordobés Manuel Alvarez, Ricardo González y Alfredo Bunetta,
entre otros. Un día se decidió, todavía joven y dejó el boxeo. “Tenía 25 años
pero ya había andado mucho, le había ganado a Roberto Arraigada el título de
campeón pampeano en una pelea bárbara”, recuerda “Toscano”, y “me volví del
todo a Santa Rosa”, donde aún esperaba María Inés. “Conseguí trabajo en Agua y
Energía como cadete, y en 1962 cuando se inauguró la Casa de Gobierno pasé a ser
ascensorista un par de años. Pero al poco tiempo me propusieron ir a mesa de
entradas y allí aprendí a escribir a máquina,” rememora. Y cuenta también que
un incidente lo depositó en el Registro de la Propiedad, donde estaría
hasta jubilarse con la categoría 5.
Siguió vinculado al boxeo como árbitro, y se recuerda de él su imagen
severa -aunque pelearan sus amigos- y su figura espigada gritando el clásico
“breack”, para que se aparten los contendientes y lo escucharan desde las
tribunas. De allí vendría el clásico “¡¡Gerofildo, Gerofildo!!”, que tanto dice
aborrecer, y desde el ring la mirada dura de “Toscano” para amonestar a los
vagos que se divertían barato con su bronca. Casi un clásico de cada festival
en Fortín Roca.
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