Frases del dia

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martes, 5 de agosto de 2014

El boxeo como arte, en su máxima expresión



Sergio Ferrer
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Al igual que Pascual Pérez, el inimitable Nicolino Locche combatió sólo en una oportunidad en la CIUDAD DE SANTA Fe. Fue el martes 26 de enero de 1965, en la cancha del Club Atlético Unión, bajo la promoción de Amílcar Brusa (que tenía instalado su legendario gimnasio en la entidad rojiblanca) y ante la presencia del entonces gobernador de la provincia, Aldo Tessio.

Su ocasional adversario fue un púgil santafesino de aceptable nivel e innegable entereza, Adán Pedro Gómez. Originalmente el combate iba a realizarse el viernes 22 de enero, pero debió ser postergado por EL MAL TIEMPO imperante en la capital santafesina.

Convocó muchísima gente, hecho que evidenciaba la atracción generada por el boxeador mendocino en la taquilla. No hay que olvidar que estamos hablando de alguien que hizo del boxeo un arte, y como tal, lo elevó a su máxima expresión.

Locche se adjudicó ampliamente el choque y dejó grabado en quienes tuvieron la suerte de verlo, imágenes imborrables de su impronta boxística. Hasta el quinto round la contienda fue un monólogo, porque Nicolino (60,600 kg) volvió loco a Gómez (60,400 kg) con sus hábiles desplazamientos y sincronizados bloqueos. Así fue estableciendo, en gran medida, las amplias diferencias que mantendría hasta el final. Del sexto al décimo se adaptó al empeño del rival, al que de vez en cuando sorprendía con enérgicos y rápidos contraataques. La vergüenza deportiva de Gómez aportó el resto. Eran tiempos de rounds de 20 puntos y los jueces llegaron a guarismos más que elocuentes. Sin ir más lejos, uno de ellos, el todavía vigente Carlos Visentín -referente histórico del deporte local y nacional-, quien terminó en su tarjeta con un inapelable 200 a 183.

personal e irrepetible

Dueño de un visteo lúcido y preciso igualmente audaz y peligroso -a pocos centímetros de la metralla enemiga-, Locche bajaba los brazos, los ponía “en jarra” o en cruz, sobre su cuerpo, para invitar a pelear al rival. Por su enorme capacidad defensiva, le decían “El Intocable” y “El Radar Humano”.

La sonrisa pícara y clara, el gesto cómplice y gentil con la tribuna acompañando cada una de sus fintas; los reflejos de gacela, casi automáticos... lo suyo era una verdadera interpretación, un concierto de virtudes y de RECURSOS TÉCNICOS. La PUESTA EN ESCENA de un incuestionable showman, al que no en vano llegaron a llamar “El Chaplín del boxeo”, en alusión a su figura un tanto chaplinesca, emparentada con los desopilantes gags plasmados por Charles Chaplin en el filme “Carlitos boxeador”.

Cualquier argumento es válido para describir lo que hacía, ya que “Nico” otorgaba a sus presentaciones un tinte muy especial, mezcla de calidad artística y contagiosa simpatía. Su estilo de pelea fue único, personal e irrepetible. ALGUNA VEZ se dijo de él: “A Locche no necesitó hacerlo ningún entrenador... a Locche lo hizo la madre”. Cuando peleó en Santa Fe tenía 25 años; era el campeón sudamericano liviano y uno de los boxeadores argentinos del momento, pero pasaba por una etapa de reafirmación de su jerarquía.

Venía de ganarle al siempre exigente Pedro Beneli, pero en la pelea anterior había caído derrotado por su gran rival de aquellos años, Abel Laudonio, con el que se tomaría debido desquite a los pocos meses, dejando el duelo 2 a 1 a su favor. Necesitaba convencer nuevamente y empezaba a lograrlo. Contaba con un registro de 68 peleas rentadas, las que incluían 53 victorias (apenas 8 antes del límite), sólo 2 derrotas, 11 empates y 1 match sin decisión. Gómez, por su parte, contaba -de acuerdo con reportes de ese tiempo- un palmarés de 41 salidas profesionales, con 21 victorias (10 KO), 10 empates y 10 derrotas. Con Locche, “arrastraban” un enfrentamiento previo, realizado el 13 de septiembre de 1963 en Mendoza, en el que “El Intocable” también ganó por puntos en diez asaltos.

Con nombres propios

Hubo un boxeador que indudablemente se pareció a Locche sobre el ring e inclusive fue señalado como su sucesor: Gustavo Ballas, alias “Mandrake”. Cordobés de Villa María, pero formado deportivamente en Mendoza con don Francisco “Paco” Bermúdez (mentor de Nicolino en el Mocoroa BOXING CLUB), Ballas deslumbró hacia fines de los años setenta y principios de los ochenta, llegando a hechizar a las gradas del “Madison de Sudamérica” como en las mejores noches del ilustre mendocino. Asimismo, entre los “esgrimistas” de viejo cuño, se nombra a Julio Mocoroa (el inspirador de la escuela mendocina que representaba Bermúdez) y a Domingo Sciaraffia como primeros baluartes del estilo que luego perfeccionaría Locche.

Raúl Athos Landini (un VERDADERO MAESTRO, al que apodaban “Cronómetro”), Amelio Piceda (Kid Noli), Francisco Antonio Lucero (Kid Cachetada), Raúl Rodríguez (“Telaraña”), Ricardo González (el múltiple vencedor de Alfredo Bunetta), Mario Díaz, Jaime Giné y el estupendo Luis Federico Thompson también entran entre los hacedores de un boxeo de clase, como el que se quiere ejemplificar.

El elegantísimo Cirilo Gil es otro de ellos, por supuesto. No sólo porque encaja perfectamente en esta búsqueda, sino porque fue el boxeador al que Locche admiró desde joven e intentó emular (a tal punto fue así, que lo ayudaba en el guanteo en el gimnasio Mocoroa para aprender de él). En dicho contexto, las enumeraciones son tan odiosas y arbitrarias COMO LAS comparaciones -pero muchas veces sirven-; una generación INTERMEDIA de tiempistas y astutos hombres del cuadrilátero la constituirían: Gregorio “Goyo” Peralta, Héctor Mora, José Smecca, Ernesto Miranda, Esteban Osuna, Miguel Angel Campanino (“El Zorro”) y Jorge “Aconcagua” Ahumada.

Después, nos encontramos con alguien como el desperdiciado Ubaldo “Uby” Sacco, que se asemejó bastante a Locche en cuanto a celebración, inteligencia y prestancia. O bien con Ramón Balbino Soria, Adolfo Arce Rossi, Hugo Quartapelle, Lorenzo García y Pedro Armando Gutiérrez (cuello de “elástico”), que tuvieron cierto predicamento, pero en un nivel distinto, más de entrecasa, por así decirlo.

Además, contaron con buena esgrima y talento defensivo el zurdo Carlos Salazar, Alberto Sicurella (perjudicado descaradamente cuando quiso ser campeón mundial en Francia, contra JEAN BAPTISTE Mendy), Julio Pablo Chacón, Aldo Nazareno Ríos y Omar Andrés Narvaes, ahora un tanto devaluado, pero no por ello menos importante. Para finalizar, con respecto a estos parámetros de análisis, el que bien se merece un párrafo aparte es Sergio “Maravilla” Martínez, pugilista de estilo muy efectivo y singular habilidad, sobre el que seguramente vamos a teorizar en alguna oportunidad no muy lejana.

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