Frases del dia

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lunes, 17 de junio de 2013

EL Hombre de los Guantes" entrenador de Carlos Monzon



Imperdible película Sobre el Gran Amilcar Brusa

Un excelente homenaje al fallecido Amilcar Brusa, una leyenda del boxeo y miembro del Salón de la Fama, entrenador de 14 campeones mundiales tuvo entre sus pupilos al inolvidable Carlos Monzón.

Entre sus dirigidos se contaron los campeones mundiales argentinos Miguel Ángel Cuello, Alejandra Oliveras, Juan Domingo Córdoba, Jorge Rodrigo Barrios y Carlos Manuel Baldomir; los colombianos Miguel Lora, Sugar Rojas, Tomás Molinares, Luis Mendoza, Rafael Pineda y Francisco Tejedor; el dominicano Francisco Quiroz, el venezolano Antonio Esparragoza y el salvadoreño Carlos "Famoso" Hernández1 y, el más conocido, Carlos Monzón con quien se vinculó en 1960 y lo acompañó en toda su carrera boxística por muchos escenarios del mundo. En 1976 Brusa se distanció del Luna Park, el principal centro de boxeo de Argentina, y de su promotor, Juan Carlos Lectoure, en 1976, por lo que debió trabajar en otros países. Fue así que lo hizo en Miami, Caracas, Los Ángeles y Barranquilla.

De gran porte –medía 1,90 metros- dedicó su vida al deporte. Actuó como boxeador solamente en el campo amateur y en peso pesado y obtuvo fue campeón Guantes de Oro y de los Barrios en Buenos Aires con sólo tres derrotas en 30 peleas. En 1948 intentó sin resultado clasificarse para representar a su país en los Juegos Olímpicos de Londres. Incursionó en el catch encarnando al personaje de “El enmascarado” y finalmente se dedicó a la profesión de entrenador de boxeo.

Brusa fue uno de los más grandes entrenadores latinoamericanos de boxeo y figura en el Salón Internacional de la Fama del Boxeo de Nueva York en 2007 y en el de Los Ángeles. Hasta su fallecimiento seguía lúcido y en actividad en su gimnasio del "UPCN Boxing Club". Tenía 3 hijos y murió de una complicación pulmonar en Santa Fe el 27 de octubre de 2011.




Entrevista del recuerdo : Gerofildo Toscanito



Caminar chaplinesco pisando casi con los talones, la mirada altiva, el pecho al frente, la palabra fácil, el gesto arrogante. La imagen de "fanfa" que es nada más que una máscara para esconder al tipo simple y tranquilo. La piel oscura en la que apenas se adivina alguna que otra herida lejana, el cabello peinado hacia atrás, "a la gomina", los ojos pequeños y la nariz chata que denuncia su pasado de boxeador. Gerofildo Macedo anda por las calles de Santa Rosa y a cada rato recibirá el saludo afectuoso de su gente -muchos que él no conoce, pero que sí saben de él-, y devolverá con un gesto o una palabra. "Chau Gerofildo...", le gritará alguien y él responderá con un insulto: "Andá a la p... que te parió".
Es parte de un juego que se acostumbró a jugar desde que era un pibe, cuando un amigo, allá en Villa Regina le dijo que su apodo debía ser ése, "Toscanito", el protagonista de una película, "El hijo de la calle", que vio por entonces. Que así se reinvidica siempre nuestro "Toscanito". "Es que la calle fue mi escuela y mi maestro el rigor", le dice al periodista en tono filosófico.
Boxeador, árbitro de boxeo -"el primer pampeano árbitro nacional e internacional", reafirma como para que se registre y aparezca como un dato indiscutible-, lustrador, caramelero en un cine, empleado de la administración pública (hoy jubilado), mozo, masajista de equipos de fútbol, vendedor de rifas y empedernido jugador, ese es "Toscanito". "Si, la timba fue mi vicio desde siempre, porque cuando boxeaba ni fumaba ni tomaba", aunque ahora sí consume dos atados por día para desatar las broncas de María Inés Villarreal, su esposa desde hace más de 50 años.
¿Cómo hizo para aguantarlo, señora? Y responde María Inés: "La verdad, no sé. Un día, cuando éramos novios me dijo que el domingo nos veíamos y volvió a los 5 años", reprocha la mujer que lo "aguantó" durante medio siglo, y con la que conformó una familia que hoy tiene seis hijos y nada menos que 15 nietos. "Familia numerosa" dice, y sonríe el protagonista.
¿Cómo empezó todo? Nacido en General Acha, su familia se trasladó a Villa Regina y allá fueron los padres y 13 hermanos. "Mi viejo era obrero, y nosotros hacíamos un poco de todo... yo era lustrador y me gustaba el fútbol. Me las rebuscaba bien como wing derecho, pero un día me peleé con un compañero, le metí un 'bollo' en la boca y resulta que más tarde me dijeron que le había pegado al hijo del comisario. Después nos hicimos amigos, pero no jugué más. Hasta que apareció el boxeo... fuimos a ver un entrenamiento, me 'empuaron' para hacer algunos rounds con un pibe que estaba entrenando y la verdad es que me dio bastante. Pero como bien porfiado que soy ahí nomás empecé a entrenar y a los pocos días le di una paliza. Más tarde vino mi primera pelea, en Temuco, Chile. ¿Qué tal? Internacional en la primera pelea", se ufana este Macedo auténtico.

"Tongo" no reconocido.
Anduvo de aquí para allá, peleando cuántas veces se lo propusieran y ganándose la vida de esa forma. Confiesa 206 peleas como amateur -incomprobable-, siete de ellas con su gran amigo Federico Ferreyra. "Resulta que él también era de Acha y un día cayó por Regina. Vivíamos juntos e hicimos varias peleas".
Y se mandaron un lindo "tongo" una vez, refiere el periodista. "No, no hubo tongo", reniega ahora Macedo. "Sí es cierto que habíamos arreglado para empatar en Ingeniero Huergo, pero en un momento dado el Chueco me dice: sentí esa mano 'Toscano'... y ahí empecé a darle, y le gané. Así que no hubo tongo. Eramos amigos, tan amigos que nos volvimos caminando a Regina por las vías del tren. Eran otros tiempos", arroja una voluta de humo que sigue con la mirada y dibuja una sonrisa recordando una de sus tantas picardías.
Un día creyó que estaba para más y se decidió. Se fue a Buenos Aires y empezó a entrenar en el Luna Park. Nada menos que 29 veces se presentó en el mítico estadio. "Eran buenos tiempos para el boxeo, ganaba bien, peleaba seguido. Me hicieron debutar en Montevideo, imaginen, la primera y ya peleando afuera", vuelve el "fanfa".
Eran tiempos en que entrenaba junto a glorias del pugilismo, como Roberto Castro -campeón argentino y sudamericano-, el cordobés Manuel Alvarez, Ricardo González y Alfredo Bunetta, entre otros. Un día se decidió, todavía joven y dejó el boxeo. "Tenía 25 años pero ya había andado mucho, le había ganado a Roberto Arraigada el título de campeón pampeano en una pelea bárbara", recuerda "Toscano", y "me volví del todo a Santa Rosa", donde aún esperaba María Inés.

Renegando del Gerofildo.
"Conseguí trabajo en Agua y Energía como cadete, y en 1962 cuando se inauguró la Casa de Gobierno pasé a ser ascensorista un par de años. Pero al poco tiempo me propusieron ir a mesa de entradas y allí aprendí a escribir a máquina," rememora. Y cuenta también que un incidente lo depositó en el Registro de la Propiedad, donde estaría hasta jubilarse con la categoría 5.
Siguió vinculado al boxeo como árbitro, y se recuerda de él su imagen severa -aunque pelearan sus amigos- y su figura espigada gritando el clásico "breack", para que se aparten los contendientes y lo escucharan desde las tribunas. De allí vendría el clásico "¡¡Gerofildo, Gerofildo!!", que tanto dice aborrecer, y desde el ring la mirada dura de "Toscano" para amonestar a los vagos que se divertían barato con su bronca. Casi un clásico de cada festival en Fortín Roca.
"No me puedo quejar. Lo pueden ver, una familia hermosa, mi casa... ¿si pude tener más? Sí, pero ya les dije, me gusta mucho la timba y así perdí un terreno aquí enfrente y otro al lado de mi casa", narra sin arrepentirse de nada. "Ya pasó, me crié solo, en la calle y tuve de todo. Estoy conforme, me comporté con la honestidad que me enseñaron mis viejos y siempre hice lo que quise, porque nunca me gustó que me tengan enjaulado", apunta. Aunque María Inés le recordará lo que él nunca confesará. Que alguna vez lo fue a buscar en un taxi a un boliche de la calle Raúl B. Díaz, y al rato este personaje -aparentemente tan autosuficiente, con pinta de ser un poco compadrito- caía compungido y con la cabeza gacha.
Por allí anda "Toscanito", vendiendo alguna rifa, charlando con un amigo -aunque a él le gusta decir que son "sólo conocidos"-, saludando a diestra y siniestra. Con la mano en alto y el saludo cordial al que le grite "Chau Toscanito", o devolviendo una blasfemia al que lo mencione Gerofildo. Tiene 74 años, una tos incipiente por ese cigarro que no debiera fumar, y tres millones de anécdotas que podría estar días narrando. "Toscanito", o Gerofildo, como prefieran.

Solamente un verano.
“Fuiste mía un verano, fuiste mía un verano, solamente un verano…”. El hit de Leonardo Favio sonaba fuerte en todas partes, y los muchachos lo canturreaban cada vez que aparecía el personaje, a la sazón su amigo, que no era otro que el inefable “Toscanito” Macedo.
La escena se repetía en los pasillos de Casa de Gobierno, donde solían encontrarse, o por las tardes en el gimnasio, o en cualquier calle de Santa Rosa, porque son amigos de verdad. ¿Quiénes? Además de “Toscano” claro, el extraordinario boxeador que fue Luis Horacio “Golepa” Cabral, “El Oso” –o “Cacho”– Otero y “Chito” Teves.
“Fuiste mía un verano, fuiste mía un verano. Solamente un verano…”, repetían divertidos al lograr la bronca inocultable de Macedo. ¿Por qué, qué sucedía?
Cuentan, ellos cuentan, que “Toscanito” compró una heladera –casi un lujo en aquellas épocas–, llegando a los últimos años de la década del ’60, en un céntrico comercio santarroseño. Dicen, los “amigos” de “Toscanito”, que a los tres meses, “justito”, se la sacaron… por falta de pago. Diciembre, enero y febrero “Toscano” tuvo su heladera. Solamente un verano.
Por eso el “Fuiste mía un verano, fuiste mía un verano…”. Las rabietas de Macedo eran indisimulables, porque los atorrantes no perdían ocasión, de alguna manera, de contarle a todo el mundo lo que afirmaban había sucedido. Aún hoy “Toscanito” jura y perjura que aquello no fue cierto, y hasta asegura haber pagado “hasta el último peso a un Ruso que vendía y compraba heladeras. Miente ‘Golepa’, no es verdad lo que dice. Es más, al Ruso le compré precisamente una heladera que le había vendido el mismo ‘Golepa’, así que era usada, pero no le quedé debiendo nada”.
Ha pasado mucho tiempo, la vida casi, y mirando hacia atrás uno no puede menos que sonreír ante la broma inocente de un grupo de amigos que, en un mundo de furia y de golpes por doquier, encontraron una amistad eterna. Aunque a “Toscanito” le siga molestando aquella estrofa de la canción de Favio e insista conque nada de lo que dicen es cierto.
Pero “Toscanito” concretó, por esos días nomás, su venganza: ¿Qué hizo? Empezó a hablar por aquí y por allá del fallecimiento del Oso –otro personaje querido de aquella Santa Rosa–, si cuentan que hasta el doctor Ismael Amit y otros amigos interrumpieron su partida de naipes en el café El Centenario para prepararse e ir al sepelio. Cacho Otero veía que lo miraban con asombro, pero recién bastante después se enteraría que Macedo había decidido tomarse revancha echando a correr una versión que era falsa. “Tan falsa como lo de la heladera”, sostiene hoy, todavía, “Toscanito”.


Muere Gerofildo Macedo. Toscanito

A los 76 años falleció en Santa Rosa. Hay quienes sin proponérselo, dueños de un anecdotario único, conocidos por todos, se convierten  en protagonistas. Boxeador, árbitro de boxeo -”el primer pampeano árbitro nacional e internacional”, reafirma como para que se registre y aparezca como un dato indiscutible-, lustrador, caramelero en un cine, empleado de la administración pública (hoy jubilado), mozo, masajista de equipos de fútbol, vendedor de rifas y empedernido jugador, ese es “Toscanito”. “Si, la timba fue mi vicio desde siempre, porque cuando boxeaba ni fumaba ni tomaba”, aunque ahora sí consume dos atados por día para desatar las broncas de María Inés Villarreal, su esposa desde hace más de 50 años.  Su esposa Inés contó : ” Un día, cuando éramos novios me dijo que el domingo nos veíamos y volvió a los 5 años”, reprocha la mujer que lo “aguantó” durante medio siglo, y con la que conformó una familia que hoy tiene seis hijos y nada menos que 15 nietos. Nacido en General Acha, su familia se trasladó a Villa Regina y allá fueron los padres y 13 hermanos. “Mi viejo era obrero, y nosotros hacíamos un poco de todo… yo era lustrador y me gustaba el fútbol. Me las rebuscaba bien como wing derecho, pero un día me peleé con un compañero, le metí un ‘bollo’ en la boca y resulta que más tarde me dijeron que le había pegado al hijo del comisario. Después nos hicimos amigos, pero no jugué más. Hasta que apareció el boxeo… fuimos a ver un entrenamiento, me ‘empuaron’ para hacer algunos rounds con un pibe que estaba entrenando y la verdad es que me dio bastante. Pero como bien porfiado que soy ahí nomás empecé a entrenar y a los pocos días le di una paliza. Más tarde vino mi primera pelea, en Temuco, Chile.  Internacional en la primera pelea”. Anduvo de aquí para allá, peleando cuántas veces se lo propusieran y ganándose la vida de esa forma. Confiesa 206 peleas como amateur -incomprobable-, siete de ellas con su gran amigo Federico Ferreyra. “Resulta que él también era de Acha y un día cayó por Regina. Vivíamos juntos e hicimos varias peleas”. Un día creyó que estaba para más y se decidió. Se fue a Buenos Aires y empezó a entrenar en el Luna Park. Nada menos que 29 veces se presentó en el mítico estadio. “Eran buenos tiempos para el boxeo, ganaba bien, peleaba seguido. Me hicieron debutar en Montevideo, imaginen, la primera y ya peleando afuera”. Eran tiempos en que entrenaba junto a glorias del pugilismo, como Roberto Castro -campeón argentino y sudamericano-, el cordobés Manuel Alvarez, Ricardo González y Alfredo Bunetta, entre otros. Un día se decidió, todavía joven y dejó el boxeo. “Tenía 25 años pero ya había andado mucho, le había ganado a Roberto Arraigada el título de campeón pampeano en una pelea bárbara”, recuerda “Toscano”, y “me volví del todo a Santa Rosa”, donde aún esperaba María Inés. “Conseguí trabajo en Agua y Energía como cadete, y en 1962 cuando se inauguró la Casa de Gobierno pasé a ser ascensorista un par de años. Pero al poco tiempo me propusieron ir a mesa de entradas y allí aprendí a escribir a máquina,” rememora. Y cuenta también que un incidente lo depositó en el Registro de la Propiedad, donde estaría hasta jubilarse con la categoría 5.  Siguió vinculado al boxeo como árbitro, y se recuerda de él su imagen severa -aunque pelearan sus amigos- y su figura espigada gritando el clásico “breack”, para que se aparten los contendientes y lo escucharan desde las tribunas. De allí vendría el clásico “¡¡Gerofildo, Gerofildo!!”, que tanto dice aborrecer, y desde el ring la mirada dura de “Toscano” para amonestar a los vagos que se divertían barato con su bronca. Casi un clásico de cada festival en Fortín Roca.



Chito" Teves


Había nacido el 26 de marzo de 1940. Fue boxeador amateur y luego formó a numerosos deportistas de la época dorada del boxeo pampeano, entre ellos a Miguel Campanino, Walter Gómez, Mario Paladino y Miguel Angel Castellini.

En la adolescencia, el ex boxeador Liberato Fernández le enseñó a él y su grupo de amigos a sacar las manos, según recuerda el libro "Biografías Pampeanas" que hicieron Matías Sapegno y Norberto Asquini.

Siguió practicando boxeo en el club Santa Rosa. Hizo toda su carrera como amateur, con más de cuarenta peleas. Luego entró como manager al club Fortín Roca, donde empezó a escribirse la época dorada del boxeo pampeano.

Allí estuvo más de veinte años y junto a Vicente Espinoza formó a Toscanito Macedo, Miguel Ángel Campanino, Mario Paladino, Luis Horacio Cabral, Brujo Cabral, Mosquita Alvarez, Miguel Ángel Castellini y Walter Gómez.

Con algunos de ellos vivió desde el rincón varias noches de pelea en el Luna Park, donde -aseguraban- sus pupilos “parecían estudiantes, no boxeadores”, por su correcto comportamiento. Reconoció a Víctor Arnotein como su maestro en el box y el consejero en la vida.


Nelson Mandela


En 1950, un joven se acercó a un club en Johannesburgo, capital de Sudáfrica, para comenzar a practicar boxeo. Años más tarde, su nombre daría la vuelta al mundo y se convertiría en un luchador contra el Apartheid y la defensa de los derechos humanos, por lo que pasó 27 años en la cárcel, hasta erigirse como una figura de la libertad dentro y fuera de su país.

Nelson Mandela comenta en su autobiografía Long Walk To Freedom que en los años más críticos de su lucha contra el gobierno de su país, se le restringió el tránsito dentro del territorio nacional y fue confinado a quedarse en Johannesburgo. Fue entonces que se unió a un club donde practicaba el pugilismo.

Mandela recuerda que el Donaldson Orlando Community Centre estaba mal equipado para boxear: "no teníamos ring y entrenábamos sobre cemento, lo cual era particularmente peligroso cuando un boxeador era noqueado. Sólo teníamos un costal y unos cuantos pares de guantes. No teníamos medicina ni peras fijas, tampoco calzoncillos ni zapatillas adecuadas y tampoco protectores bucal".

Madiba recuerda que cuando era bachiller, practicaba el boxeo, pero fue hasta que llegó a la capital de Sudáfrica que tomó en serio el deporte, aunque "no era un destacado boxeador. Yo estaba en la división de los pesos pesados y no tenía el suficiente poder para compensar mi falta de velocidad ni la velocidad para compensar mi falta de poder".

Mandela entrena con Jerry Moloi (Especial)
 

¿Pero qué llevó a un hombre que pugnaba por la lucha civil pacífica, seguidor de Mahatma Gandhi, a meterse a un deporte donde se expone la vida? "No me gusta la violencia del boxeo tanto como la ciencia que guarda. Estaba intrigado por cómo se mueve el cuerpo para protegerse a sí mismo, cómo se utiliza una estrategia tanto para atacar y retirarse, cómo toma ritmo en una pelea".

Para Mandela, el pugilismo no era simplemente un deporte, se convirtió en una reflexión sobre la vida misma y la búsqueda del ser humano por ser mejor. "El boxeo es igualitario. En el ring, rango, edad, color, y riqueza son irrelevantes. Cuando estás dando vueltas a tu oponente, sondeando sus puntos fuertes y débiles, no estás pensando en su color o estatus social".

Recordaba que la discriminación estaba en todas partes, incluso en el deporte. Los atletas blancos tenían instalaciones de primera. Los negros, sufrían para conseguir espacios donde entrenar. "A diferencia de los pugilistas blancos, los africanos tenían trabajos de tiempo completo". A pesar de las adversidades, varios de sus compañeros de cuadrilla llegaron a ser grandes campeones nacionales.

El ex presidente veía en el boxeo la igualdad que en las calles se negaba. Sobre el ring todos son iguales, sólo la táctica y técnica hacen la diferencia, pero cuando todo acaba y llega el saludo fraterno, el reconocimiento hace de este deporte una actividad más humana. Mandela practicaba el boxeo para liberar el estrés y la tensión, pero también para reflexionar sobre la comunidad.

EL BOXEO, UN DEPORTE QUE LO PERSIGUE

1.- Con los años, ese pacifista galardonado con el Premio Nobel de la Paz ha sido reconocido en todo el mundo y el pasado 1 de abril de 2013 lo hizo el Consejo Mundial de Boxeo (CMB), que lo nombró Rey de la Igualdad Humana.

2.- A finales del mes de mayo, se presentó una estatua de Mandela en la que aparece practicando el deporte de las bofetadas. La obra de Marco Cianfanelli, llamada Shadow Boxing, fue creada a partir de la fotografía que Robert Gosani le tomó a Madiba y al boxeador profesional Jerry Moloi, en 1950.

La efigie está situada entre el Chancellor House, donde Mandela tuvo su bufete de abogados junto con su compañero de lucha Oliver Tambo, y el Tribunal de la Magistratura, uno de los símbolos arquitectónicos del Apartheid.

3.- Nelson Mandela se ha reunido algunas veces con Muhammad Alí, considerado como el pugilista más grande del mundo. Una de ellas fue en 1990 en Los Ángeles, California, con dos personas alcanzadas por la edad pero con buen semblante.

Otra fue capturada el 21 de junio de 2003 en Dublín, Irlanda, tal vez la más emotiva, pues dos hombres de grandes glorias se mostraban en decadencia. En esa ocasión, Mandela y Alí lanzaron sus mejores golpes al mentón.

 
EL BOXEO HUMANIZA

Nelson Mandela es uno de los personajes más importantes del siglo veinte. Su pacifismo consiguió mejorar la relación entre blancos y negros en Sudáfrica, y se convirtió en una antorcha de libertad para toda África.

Odiaba la violencia, pero encontró en el boxeo la metáfora perfecta de la igualdad. Nadie podrá decir que el pugilismo es una actividad deshumanizada, cuando ha inspirado a progresistas ha pelear por los derechos humanos y la evolución del espíritu.


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